martes, 26 de enero de 2010

Alpe d´Huez. Un libro recomendable.





Si hay un libro sobre ciclismo que me ha marcado, llegándome incluso a emocionar, es el Alpe D´Huez del periodista Javier García Sanchez. Lo leí hace muchos años y es de los que te dejan huella.

Narrado como una novela, es lectura obligatoria para todo buen aficionado al ciclismo. La portada, ya bastante llamativa de por sí, con una foto de las piernas de Pedro Delgado sobre su antigua Pinarello, da paso a un emocionante periplo en plena etapa reina de un Tour de Francia: la mítica etapa Bourg D´Oisans-Alpe D´Huez, que incluye las tradicionales ascensiones a Croix De Fer, Col De Telegraph, el temido Col de Galibier, y por último el legendario Alpe D´Huez.

El protagonista, un veterano ciclista cántabro de 37 años apodado Jabato, y que mira ya de reojo la hora de su retirada del profesionalismo, decide que ese día debe hacer algo grande, y contraviniendo cualquier orden de su director, ataca prácticamente a principio de etapa.

Pronto se queda solo en su loca cabalgada hacia la meta. Todo está en su contra y nadie apuesta por él. Su edad es mucha y sus éxitos profesionales han sido poco significativos, pero a medida que transcurre la etapa, la escapada demencial empieza a albergar trazos esperanza, y Jabato se convierte en repentino protagonista de la etapa más dura del Tour.

La novela muestra la épica y la lucha que caracterizan al ciclismo, y absorbe al lector en un mundo en el que no se debe perder la esperanza, aunque todo se ponga en contra.

Totalmente recomendable. Leer más...

lunes, 25 de enero de 2010

GIANNI BUGNO. LA EXCELENCIA DE LOS MEDIOCRES



GIANNI BUGNO. LA EXCELENCIA DE LOS MEDIOCRES.

Decía el escritor José Ingeniero en su libro “El hombre mediocre”, que mediocre es aquel incapaz de forjar ideales que le planteen un futuro por el cual luchar. El mediocre es una persona que se vuelve sumisa, alguien que se convierte en parte de un rebaño o colectividad, a la que no le cuestiona las acciones, sino que sigue ciegamente, sintiéndose incapaz de lograr algo más que el resto. El autor presenta a este hombre mediocre como un ser sumiso, manejable, sin personalidad.

Este puede ser el sino con el que vivió Gianni Bugno su carrera profesional. Un ciclista elegante que prometía inscribir su nombre con letras de oro, en ese cuadro legendario de triunfadores de la mejor carrera ciclista del mundo: El Tour de Francia. Y no… no lo pudo conseguir.

Entronado quizá de manera precipitada, por el afán irrefrenable de los tifossi italianos de encumbrar ídolos, cuando apenas se han destetado del grueso de los mediocres del pelotón, hay que reconocer que si que es cierto, que el ciclista por el que media Italia suspiraba prometía, mientras contemplaba hace poco en mi ordenador, el video de su portentosa ascensión en la etapa del Passo Pordoi, en el giro de Italia del 90. Giro que venció con insultante facilidad vistiendo de rosa de principio a fin. Estilo, clase, elegancia. No caben otros adjetivos para definir a aquel ciclista viéndole pedalear.

Ese año en el Tour, un Greg Lemond daba sus últimos coletazos, y todos lo pronosticaban. Este chico tenía madera y no había duda, sería ganador del Tour. Y para ello se preparó. Esa fue su obsesión y tal vez su tumba si repasamos al final su palmarés.

A veces el destino es cruel, da y reparte de manera caprichosa, y Bugno con todas sus condiciones, no había sido designado para entrar en la leyenda de esos nombres que copaban el palmarés del Tour, y que él tanto ansiaba.

Se cruzó en su camino algo inesperado, tal vez su pensamiento no aceptó que alguien mundano le arrebatase algo que él consideraba suyo por derecho, y lo aceptó acuñándole un nombre no terrenal. Llamó a ese gigante de Navarra que se interpuso en el camino a su sueño “extraterrestre”. Tal vez porque no podía soportar que alguien de este mundo se interpusiese en su victoria en el Tour y quería pensar que algo de fuera, no terrenal o casi divino era quien le había privado de su amado Tour.

Segundo tras Indurain en el Tour del 91, se autoconvenció de que para llevarse la victoria en el 92 debía llevar de manera concienzuda una preparación exclusiva para esta prueba. Y renunció a su amado Giro. El Tour era su único objetivo.

Novena etapa del Tour del 92. Cronometrada de 65 km. La tumba definitiva de Gianni Bugno. Fue el hito que le mató como ciclista. Nunca podremos saber a ciencia cierta si fue realmente Miguel Indurain quien le derrotó, o fue el propio Gianni quien se automutiló como campeón del Tour. Simplemente su frágil mentalidad se rompió en mil pedazos en aquellos 65 Km. Cada segundo que perdía respecto a los tiempos de Miguel, era un certero golpe de pico contra la frágil roca que componía su psique. Cada segundo, era un paso atrás a la meta de sus ambiciones y sueños. Cada segundo era la tortura del adiós a sus esperanzas como ciclista. Y aquel día fueron casi cuatro minutos, exactamente 221 segundos. Demasiados para Gianni.

Como el hombre sumiso y mediocre del libro, Bugno asumió su inferioridad respecto a Miguel. El conformismo lo asoló. ¿Para que luchar contra él?. ¿Para que luchar contra lo que no se puede derrotar?. Así hablaba de Miguel mientras lo admiraba a plena voz y sin secretos.

“¿Cómo voy a luchar contra mi ídolo?”.

En esos términos se expresaba Gianni con Indurain. Había perdido su afán de lucha y desafío. No osaba retar al navarro. Simplemente aceptó su papel de secundario idolatrando al navarro. Todo ello a pesar de la calidad que atesoraba en sus piernas, y que le valieron prestigiosas pruebas de la Copa del mundo como el Tour de Flandes, venciendo con un golpe de genio a todo un Mussew al sprint mientras el belga se creía vencedor, y dos mundiales de ruta seguidos. Uno de ellos en Benidorm, y por el cual, pidió perdón a Indurain. Le pidió perdón por vencer en su país. Un palmarés más que decente, inalcanzable para la mayoría, pero minusvalorado, casi defenestrado por él:

- “ El mejor del mundo es el que gana el Tour”- respondía autocastigándose mientras lucía su maillot arco iris. Bugno reconocía quien era el mejor, y no ponía su nombre sobre la mesa, sino el de un Miguel por el que cada vez más y más predilección sentía.

Tanta llegó a tener que le dedicó las dos victorias de etapa que consiguió en la Vuelta del 96, en destilerías DYC, donde con una escapada de clase y elegancia, “planeó” con su bicicleta hasta la meta, aguantando a todo un pelotón, para dedicar la victoria a un Miguel que se retiraba para siempre del ciclismo. Y en el 98, en la etapa de Canfranc, dos años después de la retirada del navarro, con un gran gesto, dedicaba la victoria al padre de Miguel, que acababa de fallecer.

Así era Gianni, frágil de mente pero elegante. Nunca una mala declaración y siempre mostrando caballeroso respeto al que pudo ser su gran rival, pero con quien no tuvo arrestos para luchar. Él mismo se autoeliminó de la historia ciclista.

Retirado del ciclismo, si contemplamos su vida personal vemos su inestabilidad reflejada en su vida conyugal. Llena de separaciones y con tres mujeres diferentes. Una de ellas, azafata de la Vuelta, por la que dejó a su mujer Daniela, a su vez por la que previamente había dejado a su primera mujer Vicenza, madre de su hijo Alessio. Este último, junto con pilotar helicópteros, su gran debilidad.

Gianni Bugno, un gran corredor que se consideró mediocre a sí mismo, y por eso mismo lo admiro, porque representa a todos aquellos que de algún modo, también nos sentimos mediocres. Y aunque Bugno no se convierta en leyenda, y pase a la historia como un ciclista mediocre, justo es homenajearle reconociéndole que nunca se le podrá arrebatar una gran realidad: la excelencia que tenía en las piernas, y que desgraciadamente no supo explotar. Él perdió, nosotros perdimos, y sobretodo el ciclismo… también perdió.


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sábado, 23 de enero de 2010

A las puertas del Olimpo.


POULIDOR A LAS PUERTAS DEL OLIMPO.

El Tour de Francia, despierta a veces en mi una evocación algo curiosa, y no es otra que la de considerarlo una suerte de gran dios de la antigua mitología griega. De manera caprichosa reparte misericordioso o arrebata sin compasión, desde lo alto de un Olimpo imaginario, trazando las líneas de un destino que parece que solo él rige, y en el que poco podemos influir.

El Tour, engrandece o repudia a su antojo a los mortales que se lo disputan sobre sus bicicletas para alcanzar la gloria. Los ciclistas, se baten en noble lid para lograr con su victoria el honor de poder ser considerados héroes.

Algunos elegidos gozan del favor del dios Tour, y parece que la estrella del éxito y la fortuna, les acompaña durante su disputa a lo largo de toda su vida deportiva, para ascenderlos finalmente, ya como leyendas, a ese Olimpo soñado. A otros les concede una pequeña gracia, dejándoles saborear las dulces mieles de su triunfo de una manera puntual, pero sin ascenderlos al Olimpo de las leyendas, simplemente les deja entrar para que vean las maravillas que en él moran. Otros mortales (los más), son tan indignos que no merecen ni la posibilidad de soñar con acariciar los eternos placeres que hay dentro. Y en cambio con otros que por sus cualidades podrían llegar a ser legendarios héroes; ciclistas dignos de figurar con letras de oro en la epopeya, el dios Tour descarga sobre ellos con inusitada virulencia su ira, traducida en estrepitoso fracaso. Les permite acercarse a las puertas de ese Olimpo, pero quedándose ante ellas, les relega de esta manera a un purgatorio, cuando no infierno, que los condena al destierro eterno. Nadie se acordará de ellos, pues sus odiseas no pasarán jamás a la historia.

Muchos de estos “héroes” capaces por aptitud de ganar guerras, pero no escogidos por el gran dios Tour yerran por esos páramos de Hades, aunque sin sollozos ni lamentos, solo resignados. Aceptan su olvido y el castigo impuesto por el dios sin preguntarle tan siquiera el por qué de su desdicha.

Pero hubo un héroe, que aunque condenado al Hades por el Tour, logró forjarse una leyenda. Ante la inexistencia del triunfo en esta carrera, consiguió conquistar los corazones de todos los aficionados.

De cara simpática, tal vez reflejo de su alma, que también lo era, Raymond Poulidor (Pou Pou para sus incondicionales), pasará a la historia del Tour como el sempiterno segundo. Nada más y nada menos que ocho veces accedió al podio del Tour. Una edición segundo, alguna otra tercero, pero nunca subió al primer peldaño. Siete son las batallas que venció en forma de etapas, pero ninguna guerra, privándosele además, casi como una mofa a su talento, el poder portar el maillot amarillo ni una sola vez... a todas luces cruel, muy cruel.

Poulidor se encontró con muchos escollos en su periplo por el Tour. Pero uno, sobretodo uno, es el que le marcó: Jacques Anquetil: “Messieu Tour”. No se puede decir que el gran campeón “robase” el Tour a Poulidor, puesto que no tenía su nombre escrito, pero si le robó algo, y fue el don de la lucha por la victoria. El conformismo hizo estragos en el palmarés de Poulidor, aun después de la retirada de Anquetil. Tanto le influyó, que llegó a reconocer su excesivo relajamiento cuando portaba las prendas de líder en las carreras que disputaba, y el gusto y aprecio que sentía alcanzando puestos de honor en las carreras, aunque no fuese la victoria. Conformismo: la enfermedad más maligna en el ciclismo.

¿Qué pudo producir semejante actitud en un ciclista tan bien dotado como Poulidor?. Sin duda creo que la respuesta está en el último Tour que venció Anquetil. Con media Francia dividida entre el campeón y el aspirante por méritos propios, se inicia el Tour del 64. Un Jacques Anquetil serio, seguro de sí mismo, chauvinista, que representa a la Francia urbana y clásica, e ídolo patrio de los pudientes; pugna con un Poulidor que representa lo contrario. Nacido en el medio rural, representa a las gentes mediterráneas de Francia que trabajan la tierra con gran esfuerzo. Heredero de una estirpe luchadora, afanosa y con mucho nervio, así promete actuar en el Tour para alzarse con su primera victoria y derrotar a Anquetil.

El Tour transcurre con un Poulidor activo y atacante que no logra abrir hueco en la clasificación general merced a la calidad de Messieu Jacques, sobretodo contra el crono. Aunque es cierto que muestra síntomas de debilidad, dado que está en los últimos compases de su carrera. Ha perdido chispa y viveza en sus piernas pero con tanta clase en ellas, aguanta bien los envites.

La penúltima y dura etapa de montaña supone la rendición de Pou Pou. No por no intentarlo, sino por el modo de hacerlo. Se sube Puy de Dome con un Anquetil muy justito, pero Poulidor no le ataca. ¿Por qué?. Nadie lo sabe, simplemente basa su estrategia en subir a tren y fustigar a un Anquetil del que supone no podrá resistir. Craso error; lo hace a pesar de un sufrimiento descomunal. Como imagen para el recuerdo queda la de los dos corredores subiendo mano a mano, uno al lado del otro el coloso alpino francés.

Aquel día Anquetil le robó a Poulidor no el Tour, sino la energía. El aspirante, mucho más fuerte que el defensor no escogió bien la estrategia, y perdonó la vida a un supercampeón que sufrió como nunca para aguantar a Poulidor. ¿Se equivocó Poulidor con un desarrollo demasiado duro que no le permitía viveza de pedaleo, o lanzar ataques?. Muchos lo creen. Lo cierto es que al final de la etapa, un Anquetil acabado físicamente solo perdía unos pocos segundos con Poulidor, pero entraba en la leyenda del Tour siendo el primer pentacampeón. En cambio Pou Pou, entraba en una espiral de odio declarado a Anquetil, que poco a poco fue disipándose hasta tornarse sincera amistad.

Cabe resaltar un hecho reseñable y que sorprende por lo insólito. Nadie que no hubiese vencido el Tour, conseguía granjearse tantas simpatías entre los aficionados. Tanta es, que su condena de por vida, fue su ensalzamiento. Su castigo fue su bendición. Su cruz quizá su salvación. A día de hoy pocos recuerdan a algunos de los ganadores ocasionales del Tour, sin embargo todos recuerdan al eterno segundón. El castigo que le tocó sufrir, ha traspasado las fronteras del ciclismo y el deporte en general. En todos lo ámbitos de la vida cotidiana, el ser repetidamente segundo, conlleva inexorablemente el recuerdo a la desdicha sufrida por este ciclista. Quizá un estigma, si, pero un estigma que lo encumbró.

Aunque el Tour fue cruel con él, afortunadamente pudo saborear el dulce placer de la victoria en pruebas de calidad. Destacan una descafeinada Vuelta a España que venció sin apuros, múltiples clásicas como Milán San Remo, Flecha Valona, así como pequeñas pruebas por etapas al estilo de París-Niza y Dauphine Liberé. Victorias a todas luces que atestiguan la calidad que tenía Pou Pou.

Aunque desgraciadamente el Tour todopoderoso, la carrera más grande, no lo escogió como uno de los elegidos, nunca un ciclista que no lo venciese llegó tanto a los aficionados.



EPÍLOGO DE UNA VIDA:

“A las puertas del Olimpo, cerradas eternamente para él; Pou Pou se aproxima con paso lento. Luego se detiene en esa línea imaginaria trazada por el dios Tour, y que es el símbolo del destino que le escribió de manera cruel. Sabe que no se le permitirá cruzarla. Luego, alza su vista, y contempla las puertas con su sonrisa afable. Las mira sin añoranza en su rostro, sin la nostalgia del pudo ser y nunca fue. Después, gira su cabeza lentamente. Casi tanto como aquel día con su pausada subida al Puy de Dome; y mirando a sus espaldas, contempla complacido como millones de aficionados le aplauden. Entonces henchido de orgullo, se da cuenta de que aun no pudiendo traspasar esas puertas, esas gentes lo veneran e idolatran. ¿Quizá por pena, quizá por compasión?... ¡que más da!... se siente orgulloso, porque se da cuenta de una cosa, y es que aun cuando no llegó primero al podio del Tour, si que lo hizo al corazón de todos los aficionados.”


Francisco “Ausias” Martínez.
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