lunes, 25 de enero de 2010

GIANNI BUGNO. LA EXCELENCIA DE LOS MEDIOCRES



GIANNI BUGNO. LA EXCELENCIA DE LOS MEDIOCRES.

Decía el escritor José Ingeniero en su libro “El hombre mediocre”, que mediocre es aquel incapaz de forjar ideales que le planteen un futuro por el cual luchar. El mediocre es una persona que se vuelve sumisa, alguien que se convierte en parte de un rebaño o colectividad, a la que no le cuestiona las acciones, sino que sigue ciegamente, sintiéndose incapaz de lograr algo más que el resto. El autor presenta a este hombre mediocre como un ser sumiso, manejable, sin personalidad.

Este puede ser el sino con el que vivió Gianni Bugno su carrera profesional. Un ciclista elegante que prometía inscribir su nombre con letras de oro, en ese cuadro legendario de triunfadores de la mejor carrera ciclista del mundo: El Tour de Francia. Y no… no lo pudo conseguir.

Entronado quizá de manera precipitada, por el afán irrefrenable de los tifossi italianos de encumbrar ídolos, cuando apenas se han destetado del grueso de los mediocres del pelotón, hay que reconocer que si que es cierto, que el ciclista por el que media Italia suspiraba prometía, mientras contemplaba hace poco en mi ordenador, el video de su portentosa ascensión en la etapa del Passo Pordoi, en el giro de Italia del 90. Giro que venció con insultante facilidad vistiendo de rosa de principio a fin. Estilo, clase, elegancia. No caben otros adjetivos para definir a aquel ciclista viéndole pedalear.

Ese año en el Tour, un Greg Lemond daba sus últimos coletazos, y todos lo pronosticaban. Este chico tenía madera y no había duda, sería ganador del Tour. Y para ello se preparó. Esa fue su obsesión y tal vez su tumba si repasamos al final su palmarés.

A veces el destino es cruel, da y reparte de manera caprichosa, y Bugno con todas sus condiciones, no había sido designado para entrar en la leyenda de esos nombres que copaban el palmarés del Tour, y que él tanto ansiaba.

Se cruzó en su camino algo inesperado, tal vez su pensamiento no aceptó que alguien mundano le arrebatase algo que él consideraba suyo por derecho, y lo aceptó acuñándole un nombre no terrenal. Llamó a ese gigante de Navarra que se interpuso en el camino a su sueño “extraterrestre”. Tal vez porque no podía soportar que alguien de este mundo se interpusiese en su victoria en el Tour y quería pensar que algo de fuera, no terrenal o casi divino era quien le había privado de su amado Tour.

Segundo tras Indurain en el Tour del 91, se autoconvenció de que para llevarse la victoria en el 92 debía llevar de manera concienzuda una preparación exclusiva para esta prueba. Y renunció a su amado Giro. El Tour era su único objetivo.

Novena etapa del Tour del 92. Cronometrada de 65 km. La tumba definitiva de Gianni Bugno. Fue el hito que le mató como ciclista. Nunca podremos saber a ciencia cierta si fue realmente Miguel Indurain quien le derrotó, o fue el propio Gianni quien se automutiló como campeón del Tour. Simplemente su frágil mentalidad se rompió en mil pedazos en aquellos 65 Km. Cada segundo que perdía respecto a los tiempos de Miguel, era un certero golpe de pico contra la frágil roca que componía su psique. Cada segundo, era un paso atrás a la meta de sus ambiciones y sueños. Cada segundo era la tortura del adiós a sus esperanzas como ciclista. Y aquel día fueron casi cuatro minutos, exactamente 221 segundos. Demasiados para Gianni.

Como el hombre sumiso y mediocre del libro, Bugno asumió su inferioridad respecto a Miguel. El conformismo lo asoló. ¿Para que luchar contra él?. ¿Para que luchar contra lo que no se puede derrotar?. Así hablaba de Miguel mientras lo admiraba a plena voz y sin secretos.

“¿Cómo voy a luchar contra mi ídolo?”.

En esos términos se expresaba Gianni con Indurain. Había perdido su afán de lucha y desafío. No osaba retar al navarro. Simplemente aceptó su papel de secundario idolatrando al navarro. Todo ello a pesar de la calidad que atesoraba en sus piernas, y que le valieron prestigiosas pruebas de la Copa del mundo como el Tour de Flandes, venciendo con un golpe de genio a todo un Mussew al sprint mientras el belga se creía vencedor, y dos mundiales de ruta seguidos. Uno de ellos en Benidorm, y por el cual, pidió perdón a Indurain. Le pidió perdón por vencer en su país. Un palmarés más que decente, inalcanzable para la mayoría, pero minusvalorado, casi defenestrado por él:

- “ El mejor del mundo es el que gana el Tour”- respondía autocastigándose mientras lucía su maillot arco iris. Bugno reconocía quien era el mejor, y no ponía su nombre sobre la mesa, sino el de un Miguel por el que cada vez más y más predilección sentía.

Tanta llegó a tener que le dedicó las dos victorias de etapa que consiguió en la Vuelta del 96, en destilerías DYC, donde con una escapada de clase y elegancia, “planeó” con su bicicleta hasta la meta, aguantando a todo un pelotón, para dedicar la victoria a un Miguel que se retiraba para siempre del ciclismo. Y en el 98, en la etapa de Canfranc, dos años después de la retirada del navarro, con un gran gesto, dedicaba la victoria al padre de Miguel, que acababa de fallecer.

Así era Gianni, frágil de mente pero elegante. Nunca una mala declaración y siempre mostrando caballeroso respeto al que pudo ser su gran rival, pero con quien no tuvo arrestos para luchar. Él mismo se autoeliminó de la historia ciclista.

Retirado del ciclismo, si contemplamos su vida personal vemos su inestabilidad reflejada en su vida conyugal. Llena de separaciones y con tres mujeres diferentes. Una de ellas, azafata de la Vuelta, por la que dejó a su mujer Daniela, a su vez por la que previamente había dejado a su primera mujer Vicenza, madre de su hijo Alessio. Este último, junto con pilotar helicópteros, su gran debilidad.

Gianni Bugno, un gran corredor que se consideró mediocre a sí mismo, y por eso mismo lo admiro, porque representa a todos aquellos que de algún modo, también nos sentimos mediocres. Y aunque Bugno no se convierta en leyenda, y pase a la historia como un ciclista mediocre, justo es homenajearle reconociéndole que nunca se le podrá arrebatar una gran realidad: la excelencia que tenía en las piernas, y que desgraciadamente no supo explotar. Él perdió, nosotros perdimos, y sobretodo el ciclismo… también perdió.


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